Escándalos cotidianos.

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He visto esta mañana en las pantallas informativas salir de su casa a un ancianito trajeado escoltado por agentes. Es Jordi Pujol, un ex flamante político catalán. Su primogénito ya está en prisión sin fianza y el resto de la familia: padres y seis hermanos menores investigados. Se les acusa de mover mucho dinero fuera de España, de blanquear y atentar contra la Hacienda Pública. Leí que lo mal habido puede llegar a 3 mil millones de euros y recordé que el Producto Interno Bruto de muchos países no se acerca a esas cantidades ilustrativas del nivelazo de la corrupción española no solo por la cuantía, también por  el rango de presuntos que provienen de la alta política española. Hasta su máxima figura, Mariano Rajoy, tendrá que declarar como testigo por la causa sobre financiamiento ilegal contra el Partido Popular del que también es presidente. Después de haber presenciado las declaraciones ante un tribunal de una infanta «desconocedora» de los manejos del cónyuge y de otros tantos ilustres caducados a consecuencia de decenas de casos de corrupción, se libra uno del espanto pero no del asombro: como se puede robar tanto aprovechándose de sus cargos en instituciones gubernamentales. Esperanza Aguirre, la ex de tantos electores que le dieron su confianza, en su último llanto y dimisión ante las cámaras se quejaba de la alta traición de aquella mano derecha ahora entre rejas. Ignacio González, su relevo como presidente de la Comunidad de Madrid, también está encausado y en todos los titulares por la misma pandemia que ha estado minando a estamentos políticos. Aguirre se quejaba de no haberlo vigilado mas. Tampoco vigilo a Francisco Granados y a otros cargos de su época encarcelados en estos tiempos convulsos. Los que sí decidieron investigar han tropezado con filtraciones y represalias. El recién nombrado fiscal anticorrupción,  Manuel Moix, debuta ante la opinión pública por sus intentos para torpedear registros y remover a colegas que pretenden hacer su trabajo. Ciertos contactos e intercambios con implicados en las tramas resquebrajan la credibilidad de los Ministros de Justicia e Interior. Pero Rajoy dice que no removerá a nadie. No puede, tiene tejado de vidrio, necesita a esos correligionarios en el tránsito hacia la declaración delante de un tribunal. Eso también lo veremos. El presidente de España de cuerpo presente o desde una pantalla respondiendo ante la justicia.